En la antigua Roma existía un hombre llamado Máximo. Era moreno, alto y fuerte, además de inteligente, y por eso era asesor del emperador.
Dicho emperador se llamaba Augusto, y era todo lo contrario a nuestro protagonista: malvado y egoísta.
Un día, Augusto salió con sus soldados a la calle, para anunciar que se marchaban a la guerra. Se dirigían a la conquista de Egipto, un imperio que todavía se resistía y no había sido conquistado.
A través del cardo, llegaron al foro romano. Allí, Máximo gritó:
- ¡Silencio, el emperador quiere hablar!
Augusto, con semblante muy serio, dijo:
- Ciudadanos de Roma, mañana por la mañana partiremos a la guerra contra los egipcios.
Hubo un gran silencio. Las mujeres empezaron a llorar porque no querían que sus maridos fueran a la guerra.
Momentos después, Augusto afirmó:
- Irán todos los soldados, los esclavos y la gente voluntaria, solo las mujeres se quedarán en la ciudad. Algunos soldados elegidos se quedarán a proteger a las mujeres y los niños.
Ante esta afirmación, Máximo, extrañado, aconsejó al emperador:
- Señor, deberíamos llevar solo a los soldados, son los únicos que están preparados para la guerra.
- De ninguna manera – contestó Augusto- irán los esclavos también.
Tras haber dado la noticia, volvieron a la casa del emperador. Máximo, cansado, dijo:
- Señor, me voy a descansar. Mañana será un duro día.
Augusto le respondió:
- Acuérdate de que mañana habrá juegos. Tendrás que llevar a Franco, el león, al anfiteatro.
El león, llamado Franco, era muy conocido por su agresividad, y por eso lo sacaban en las ocasiones más importantes.
- Gracias emperador. Lo llevaré con gusto – respondió Máximo orgulloso de recibir ese encargo-.
Al día siguiente, a la hora indicada, la gente estaba impaciente. El anfiteatro estaba abarrotado, porque se había corrido la voz de que el león Franco iba a salir. Pero Máximo, todavía no había llegado.
Tras unos largos minutos, Máximo salió y todo el mundo aplaudió.
Apareció en la arena Franco el león, y todo el mundo se puso de pie, ya que estaban muy emocionados.
Nadie sabía con quién o con qué se iba a enfrentar el león Franco, ya que podían salir gladiadores o fieras. Esta vez, en vez de sacar esclavos, sacaron un tigre asiático traído directamente de la India.
En pocos minutos, Franco se lanzó sobre la fiera y la dominó. Le mordió en el cuello y puso su pata sobre él.
Entonces, el público se puso de nuevo en pie y aplaudió al fiero león.
Después de celebrar los festejos, llegó la hora de ir marchando hacia Egipto. El camino en barco fue muy largo, tardaron más de una semana.
Cuando llegaron a Egipto, era de noche. Los egipcios estaban durmiendo.
- Les atacaremos a la salida del sol - dijo Augusto-.
- De acuerdo - contesto Máximo-.
Al amanecer, mientras los egipcios se preparaban para trabajar, el ejército romano fue expandiéndose por las grandes ciudades: Alejandría, Luxor, Abu Simbel…
Cuando estuvieron preparados, todos en sus posiciones, los romanos empezaron a atacar las ciudades de Egipto, y así comenzó una larga batalla que duró más de un mes.
Hubo muchos muertos, sobre todo del lado de los egipcios.
A Máximo no le gustó la guerra contra los egipcios, porque pensaba que había sido injusta: había mucha diferencia entre los ejércitos ya que el ejército romano era muy superior y estaba mejor preparado.
Cuando volvían de regreso a Roma, Augusto mandó tirar esclavos por la borda del barco, porque no tenían suficiente comida para todos y ya había suficientes remeros.
A la entrada en Roma, les esperaba toda la gente para celebrar su victoria y, como era habitual, por eso decidieron hacer un festejo.
Como siempre, lo más emocionante fue cuando sacaron al león Franco. El espectáculo duró más de dos horas. Hubo peleas entre esclavos, fieras, gladiadores, etc.
Cuando terminaron los juegos, Augusto le preguntó a Máximo:
- ¿Te ha gustado?
Máximo respondió:
- No, porque… ¡está mal el sacrificio de tantos inocentes!
Augusto se enfadó muchísimo y llamó a su guardia:
- ¡Guardia, guardia! ¡Cogedlo! ¡Que no se escape!
Los guardias cogieron a Máximo y lo llevaron al foro para que la gente decidiera su destino, ya que había ofendido al emperador y a las costumbres romanas.
El foro estaba lleno de gente que había ido a comerciar. Entonces, Augusto preguntó a los ciudadanos:
- Este hombre, que era mi mano derecha, ha faltado al respeto a la tradición romana. ¿Lo ahorcamos, lo vendo como esclavo o le echamos a las fieras en el coliseo?
Una persona del público gritó:
- ¿Por qué no lo vendes de esclavo y cuando ya no sirva para su trabajo lo llevamos al coliseo y soltamos a Franco?
- Estoy de acuerdo - dijo el emperador- ¿Quién lo compra?
Entonces, empezaron las subastas:
- ¡400 áureos!
-¡450!
-¡1000!
Finalmente, un patricio que tenía negocios de ganado, ofreció por él hasta 1100 monedas de oro.
Máximo trabajó más de 10 años como esclavo al servicio de aquel patricio.
Hasta que un día, el emperador Augusto eligió a algunos esclavos para realizar unos festejos en honor a Ceres y a las buenas cosechas, entre ellos, a Máximo.
Se llevaron a todos los esclavos al coliseo, y sacaron al león más fiero de todos los leones: Franco.
Aquel león ya se había olvidado del que fue su cuidador hacía más de 10 años.
Y allí, en la arena del coliseo, es donde aquel hombre noble, Máximo, perdió la vida en las garras de su león favorito, Franco.
Fin